21 enero, 2025

Gabo y su Macondo, aquí la tierra está pariendo piedras por el infortunio


Hoy tembló y ha temblado porque ha partido una pluma mágica de esta tierra, es el espíritu de Márquez que hace que la tierra se estremezca con los dolores de una mujer pariendo piedras en medio de infortunios... ¿será el vientre de esta tierra o de aquella otra que soñó y describió como una tierra que llora por sus hijos, por esos Aurelianos privilegiados, capaces de pisar con la tinta mundos y palabras?¿ Aquella tierra de la que Gabo no era, sino el simple escribano que trazaba memorias, relatando un mundo que nadie había imaginado pero que el había visto y sólo lo reporteaba....?

Yo leí por primera vez a Márquez cuando sólo tenía 10 años, mi padre me regalo el libro de la Increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada y otros cuentos más. Hubo infarto general en toda la familia, mis optimistas tías que siempre intentaron enseñarme buenos modales y quitarme lo salvaje pero que fracasaron rotundamente en todos sus intentos y nunca pudieron hacer de mí una señorita de sociedad casi civilizada pero que amé profundamente por su dulzura y sus inútiles intentos; bueno casi colapsan aquel día con un ataque cardíaco general y aun hoy, puedo ver a mi padre sentado en la mesa afirmando lo más sabio que he escuchado sobre la literatura que puede leer un niña: “Ella es inteligente, lo que entienda, lo entenderá y lo que no y tenga duda, aquí está su padre para explicárselo y que nadie se la venga a cuentear” ...Y para que nadie me cuenteara, me dio a leer al mejor de los cuenteros.



La reacción fue tan fuerte que aprendí que hay libros que rayan en otro mundo, en lo prohibido, lecturas que pueden hacer infartar las buenas conciencias y convertirlo a uno, ipso facto, en irreverente, revolucionario, una suerte de ser especial más allá de los convencionalismos y diferente a los otros... sí, la lectura lo convierte a uno en alguien que vive en un mundo muy aparte.


Y efectivamente mi padre tuvo razón, aun recuerdo que lo que entendí de aquella primer lectura era que el mar huele a rosas, aún lo creo, a eso me huele la espuma de mar, a rosas. Recuerdo la historia de aquel hermoso ahogado, que ya así, en cadáver fue capaz de enamorar a todas las mujeres de un pueblo que le tejieron y bordaron su ropa y su caja para enterrarlo como Dios manda y en verdad lo lloraron porque era hermoso, realmente el ahogado más hermoso del mundo y de Eréndira, lo que más recuerdo era el humor terrible, ese hablar golpeado de la abuela ordenándole como si fuera casi una cenicienta más real que imaginaria, hacer esto u lo otro. Recuerdo que en uno de sus cuentos aparecen los artilugios de un mago, un tal Melquíades y entre las tristezas, lo que me robó el espíritu, fue aquel señor con alas enormes, enjaulado con gallinas, cautivo desde su irrealidad, en una cruda realidad, como bestia, sin piedad, sin poder escapar de aquella jaula, atrapado hasta de si mismo y su propia caída en la fatalidad, y a pesar de sus alas, incapaz de levantar el vuelo. Muchos años después, ya en la universidad debí releerla y al hacerlo, me sorprendió lo que mi padre me había permitido leer a una edad tan temprana y comprendí aquellos infartos de mis pobres tías que fracasaron conmigo. Nunca fui la señorita princesa que inútilmente intentaron hacer de mí y luego recordé sus palabras, que siguen siendo absolutamente ciertas, lo que entendí, lo entendí y lo que no y tuve duda me lo explicó y lo demás me pasó literalmente desapercibido, porque así son los ojos de la inocencia. Y las lecturas, como la fruta, maduran, lo que uno no comprende en un momento dado a una primera lectura, años después, el tiempo permitirá que uno pueda comprenderlo, o mirarlo con otros ojos.


Reconozco que me volví fan total de los libros de Márquez, de sus cuentos y de todo lo que escribiera. Más tardaba él en editarlos que yo en devorarlos, de mis favoritos está “tu rastro de sangre en la nieve”, aun recuerdo, esa línea casi tenue de un pequeño hilo de sangre que la novia va dejando sin que nadie pueda percatarse de que la vida se le escapa, así, vestida de inmaculada novia y muere hilvanando en la nieve su propio rastro. En el amor en los tiempos del Cólera, cómo reí, como recuerdo haber reído cuando el pobre hombre murió tratando de agarrar al perico que había escapado de su jaula. No soy sádica, pero Márquez tiene esa magia para contar, que hace que uno ría hasta de lo más trágico, le hace vivir esa  angustia del perseguido, porque todo mundo sabe que va a morir, ese día, a esa hora, menos aquel que van a matar, víctima de su propia calma y sin saber cómo la muerte le asecha tan cerca. Márquez hace que uno viva esa desesperación y frustración llena de angustia de ir y venir, una y otra vez, esperando una carta, la carta que los salve del destino, cargando su gallo de pelea, sacrificando hasta el alma y la comida misma por aquel gallo que terminará perdiendo la batalla como Aureliano perdió en su espera, o esa crónica de un naufragio que además fue publicada inicialmente en la Jornada, semana a semana, capítulo por capítulo, como las antiguas novelas por entregas y que con paciencia fui recolectando hasta completar toda la historia.

Ahora llueve, ha llovido toda la tarde, denso, en frío y aún continua lloviendo, casi como Isabel viendo llover en Macondo, con esa lluvia pesada, densa, inacabable, infinita, como eterno desgarrón del cielo. Años después, muchos años después de haber leído ese cuento me tocó trabajar unos días en la Sierra de Veracruz y vivir como la parte superior de un huracán se convierte en una corona de lluvia en la sierra, de manera densa, infinita, pesada, inacabable, y al vivirla recordé aquella lluvia que veía Isabel en Macondo. Paradójicamente, Cien Años la abandoné varias veces, me hacía bolas con tanto Aureliano y me desesperaba... hasta que estuve en la universidad y nos la dejaron de tarea y me obligue a leerla completa y pasó lo que sucede con este hombre mágico, después de algunas cuartillas que nunca había podido pasar, algo de su tinta me atrapo, como esa selva de ensueño que lo devora a uno y no sólo la leí, no pude dejar de leer hasta terminarla, no pude ni dormir, ni comer sin dejar de leer, quería saber, qué pasaba, necesitaba realmente saber qué pasaba y como esa lectura la hice después de haber leído casi todos sus cuentos y sus otras historias, comencé a descubrir que casi insinuados, en una línea u otra, estaban todos sus relatos, ahí estaban todas aquellas lecturas que atraparon mi imaginación desde niña.

Así hice mi reporte de lectura, aludiendo a tal renglón u otro en el que Márquez ya insinuaba sus obras, ahí están sus historias hilvanas, ensoñadas, como un apunte y no sólo me pusieron buena calificación, el profesor quería que lo hiciera de tesis, pero la vida me cautivo con textos más antiguos y me gradué analizando otros textos de algunos siglos antes, por ahí de la edad media; pero aún hoy, creo que si yo no hubiera leído todos esos cuentos que me cautivaron mi infancia, mi adolescencia, yo no sería la que sueña ahora en este Caldero de la tinta. Pero escribiré esto y lo compartiré aquí, en este espacio que como arcón mágico de Melquiades, de cuando en cuando, se le cuelan artilugios y lecturas insospechadas.

Pero hay una advertencia, si algún ingenuo piensa que por leer a Márquez y otros libros de literatura significaba que yo era buena alumna, debo confesarles que se equivocan, porque otra de las cosas que aprendí con Márquez, es que una cosa es lo que se lee para la escuela y quedar bien con el sistema y otra cosa muy diferente lo que leemos para poder vivir y respirar en el mundo y sobrevivir a la brutal realidad armándonos de escudos de lo real y maravilloso. Es decir, yo prefería leer a Márquez que hacer la tarea..., así que mi enseñanza primaria, básica y la siguiente de la básica siempre tuve pésimas notas, muchas calificaciones reprobatorias y era considerada de las peores estudiantes, una paradoja incomprensible porque decían mis maestros que me veían inteligente y no entendían ¿porqué no estudiaba lo que me pedían cómo me lo pedían? Bueno, ahora que lo pienso, creo que es la misma crisis de mis asesores con la tesis que intento sacar actualmente y en verdad intento ya terminar con esto y poder vivir para contarla...  pero, yo no estudiaba porque prefería andar con mis libritos y aventuras que perder el tiempo en tareitas y leer esos aburridos textos y luego copiarlos en el cuaderno para que los maestros cursimente se conmocionaran porque había que pegarles su estampita con prit y sacar el sello de abejita.... no, yo no podía hacer lo que la mayoría y a cada rato tenía problemas. Quería contar mi versión de la historia al estilo Macondo y no como el libro de texto decía, lo que me ganó muchas reprimendas de mis maestros.

Sí, con Márquez también aprendí que las letras son contestatarias y que no todos los lectores obtenemos estrellitas de los profesores en la escuela. Y algunos por la libertad de leer lo que se le da a uno la gana, pues debemos navegar la escuela, como el que sobrevive en un  acto de guerra y con la espada desenvainada listos para el duelo.  Y sí, lo confieso, he tenido que presentar más exámenes extraordinarios de los que cualquier persona en su sano juicio debió presentar alguna vez en la historia y muchos sólo he pasado de panzazo porque el maestro en verdad, ya no quería volver a verme la cara..., pero mi vida con Márquez y aquellas lecturas, no la cambio, no cambio esa realidad del último Aureliano en una silla, mientras el más joven es raptado por hormigas... no, no puedo cambiar aquel mundo que me ha permitido sobrevivir a éste, el del día a día.

Hoy me siento triste y muy acongojada, he puesto una luz y que descanse en paz mi maestro Gabriel García Márquez, yo que sólo fui una lectora más de los millones que nunca conoció pero que nos forjó en el ánimo y la vida. Hoy sé que el único verdadero homenaje que se le puede hacer a un gran autor como él, es leerlo, releerlo, y seguirse aferrando con los dientes a sus lecturas, descubrir y redescubrir aquellas rosas amarillas, perennes, vivas, perfumando siempre el mar y sus olas. Que descanse en paz el Maestro que nos enseño que el sueño traspasa fronteras y que “con un arsenal de tan sólo 28 letras del abecedario y dos dedos" fue capaz de construir mundos que jamás nadie había soñado y nos permitió y nos permite, con su lectura viajar a esos mundos y vivir esos sueños.




EL MEJOR HOMENAJE, LEERLO, RELEERLO.