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26 mayo, 2020

Los Heraldos Negros de César Vallejo



Los Heraldos Negros


Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!

Son pocos, pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!


César Vallejo








10 mayo, 2020

50, ya... (10 mayo 2020)




DESTINO

Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.

El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en el ijar
que huye y se desangra.

¡Ah! pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
—antes que lo devoren—(cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.


                                                 Rosario Castellanos








Autorretrato

Yo soy una señora: tratamiento
arduo de conseguir, en mi caso, y más útil
para alternar con los demás que un título
extendido a mi nombre en cualquier academia.

Así, pues, luzco mi trofeo y repito:
yo soy una señora. Gorda o flaca
según las posiciones de los astros,
los ciclos glandulares
y otros fenómenos que no comprendo.

Rubia, si elijo una peluca rubia.
O morena, según la alternativa.
(En realidad, mi pelo encanece, encanece.)

Soy más o menos fea. Eso depende mucho
de la mano que aplica el maquillaje.

Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo
—aunque no tanto como dice Weininger
que cambia la apariencia del genio—. Soy mediocre.
Lo cual, por una parte, me exime de enemigos
y, por la otra, me da la devoción
de algún admirador y la amistad
de esos hombres que hablan por teléfono
y envían largas cartas de felicitación.
Que beben lentamente whisky sobre las rocas
y charlan de política y de literatura.

Amigas... hmmm... a veces, raras veces
y en muy pequeñas dosis.
En general, rehuyo los espejos.
Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
y que hago el ridículo
cuando pretendo coquetear con alguien.

Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo.

Escribo. Este poema. Y otros. Y otros.
Hablo desde una cátedra.

Colaboro en revistas de mi especialidad
y un día a la semana publico en un periódico.

Vivo enfrente del Bosque. Pero casi
nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca
atravieso la calle que me separa de él
y paseo y respiro y acaricio
la corteza rugosa de los árboles.

Sé que es obligatorio escuchar música
pero la eludo con frecuencia. Sé
que es bueno ver pintura
pero no voy jamás a las exposiciones
ni al estreno teatral ni al cine-club.

Prefiero estar aquí, como ahora, leyendo
y, si apago la luz, pensando un rato
en musarañas y otros menesteres.

Sufro más bien por hábito, por herencia, por no
diferenciarme más de mis congéneres
que por causas concretas.

Sería feliz si yo supiera cómo.
Es decir, si me hubieran enseñado los gestos,
los parlamentos, las decoraciones.

En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto
es en mí un mecanismo descompuesto
y no lloro en la cámara mortuoria
ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe.

Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo
el último recibo del impuesto predial.

De En la Tierra de enmedio


                                                          Rosario Castellanos






Muro de lamentaciones


I

Alguien que clama en vano contra el cielo:
la sorda inmensidad, la azul indiferencia,
el vacío imposible para el eco.
Porque los niños surgen de vientres como ataúdes
y en el pecho materno se nutren de venenos.
Porque la flor es breve y el tiempo interminable
y la tierra un cadáver transformándose
y el espanto la máscara perfecta de la nada.

Alguien, yo, arrodillada: rasgué mis vestiduras
y colmé de cenizas mi cabeza.
Lloro por esa patria que no he tenido nunca,
la patria que edifica la angustia en el desierto
cuando humean los granos de arena al mediodía.
Porque yo soy de aquellos desterrados
para quienes el pan de su mesa es ajeno
y su lecho una inmensa llanura abandonada
y toda voz humana una lengua extranjera.

Porque yo soy el éxodo.
(Un arcángel me cierra caminos de regreso
y su espada flamígera incendia paraísos.)
¡Más allá, más allá, más allá! ¡Sombras, fuentes,
praderas deleitosas, ciudades, más allá!
Más allá del camello y el ojo de la aguja,
de la humilde semilla de mostaza
y del lirio y del pájaro desnudos.

No podría tomar tu pecho por almohada
ni cabría en los pastos que triscan tus ovejas.

Reverbera mi hogar en el crepúsculo.

Yo dormiré en la Mano que quiebra los relojes.

II

Detrás de mí tan sólo las memorias borradas.
Mis muertos ni trascienden de sus tumbas
y por primera vez estoy mirando el mundo.

Soy hija de mí misma.
De mi sueño nací. Mi sueño me sostiene.

No busquéis en mis filtros más que mi propia sangre
ni remontéis los ríos para alcanzar mi origen.

En mi genealogía no hay más que una palabra:
Soledad.

III

Sedienta como el mar y como el mar ahogada
de agua salobre y honda
vengo desde el abismo hasta mis labios
que son como una torpe tentativa de playa,
como arena rendida
llorando por la fuga de las olas.

Todo mi mar es de pañuelos blancos,
de muelles desolados y de presencias náufragas.
Toda mi playa un caracol que gime
porque el viento encerrado en sus paredes
se revuelve furioso y lo golpea.

IV

Antes acabarán mis pasos que el espacio.
Antes caerá la noche de que mi afán concluya.

Me cercarán las fieras en ronda enloquecida,
cercenarán mis voces cuchillos afilados,
se romperán los grillos que sujetan el miedo.

No prevalecerá sobre mí el enemigo
si en la tribulación digo Tu nombre.

V

Entre las cosas busco Tu huella y no la encuentro.
Lo que mi oído toca se convierte en silencio,
la orilla en que me tiendo se deshace.

¿Dónde estás? ¿Por qué apartas tu rostro de mi rostro?
¿Eres la puerta enorme que esconde la locura,
el muro que devuelve lamento por lamento?

Esperanza,
¿eres sólo una lápida?

VI

No diré con los otros que también me olvidaste.
No ingresaré en el coro de los que te desprecian
ni seguiré al ejército blasfemo.

Si no existes
yo te haré a semejanza de mi anhelo,
imagen de mis ansias.

Llama petrificada
habitarás en mí como en tu reino.

VII

Te amo hasta los límites extremos:
la yema palpitante de los dedos,
la punta vibratoria del cabello.

Creo en Ti con los párpados cerrados.
Creo en Tu fuego siempre renovado.

Mi corazón se ensancha por contener Tus ámbitos.

VIII

Ha de ser tu substancia igual que la del día
que sigue a las tinieblas, radiante y absoluto.
Como lluvia, la gracia prometida
descenderá en escalas luminosas
a bañar la aridez de nuestra frente.

Pues ¿para qué esta fiebre si no es para anunciarte?

Carbones encendidos han limpiado mi boca.

Canto tus alabanzas desde antes que amanezca.

                                                                      Rosario Castellanos



De la Vigilia Estéril (1950)




Hace 50 años ya... creí que sería diferente, me lo imagine muy diferente. 

Samsara al fin y al cabo. 


Y lo entiendo, como hace 50 años, este 10 mayo 2020, no están los ánimos para celebrar nada.










23 marzo, 2020

Amor silente




Amor silente que diste luz a mis pupilas casi ciegas,
Sólo soy una triste sombra en el vértigo del sueño
y el corazón insistente de memoria y amargura,
es árido recuerdo de tus aleteos en mi piel ahora seca.

Callado amor me visitas como pisadas invisibles de agua,
y aquellas caricias que elevaron el vuelo a los cielos,
son las que derrumbaron mi alma en el acantilado,
besos desmoronados, sólo conjuros despeñados.

Entre las rocas del encono, el abrasador fuego del olvido
y tu voz queda lejos y mi alma, rumor de viento
que deambula sin sangre ni lágrimas,
sin tristeza ni esperanza, 
deambula sola como una seca aspiración del sueño.

El corazón expulsado por gemir soledades 
ahora está sepultado entre las azules cenizas del abandono.

L'l-21mz2020
©® Lucía de Luna



25 febrero, 2020

Niña de sueños no correspondidos




Niña de sueños no correspondidos,
el rastro de tu pie es sólo viento,
todo rumbo se desorientó a tus espaldas,
fue un baile sin príncipe, ni besos encantados,
tus pisadas huyeron regando en carmesí todo silencio.

El mármol inscrito con tu nombre
es un hueco, como la última de tus miradas,
pequeña alondra que anidaste la sangre sin rastro,
los anhelos mutilados son tu cáliz y hoguera,
fuego que consume a trozos tus aleteos,
desmembraciones de cielo ante el destino negado.

Cada una de tus ilusiones tatuaron el grito,
revoloteo de nube prisionera por torrentes de sollozos.
Con alfileres, anclaron la luz, la inundaron de oscuras llagas
y en tu piel, la dulzura de tu alma escapó sigilosa
entre aquella lluvia que se precipitó como heridas de vacío,
agua de llanto inundando los abismos amargos que te cercaron.
¿serás gema reposando en los arenales?

De tu pecho brotó una aurora enrojecida,
y tu voz quebró el horizonte con sus arenas.
No eran ni canto, ni llanto, sólo aullidos de fatalidad,
campanadas secas en el desierto, clamando duelos
donde se marchitaron tus latidos ultrajados.

 Pequeña niña de sueños no correspondidos
¿dónde quedaron tus bailes y tu falda de agua?
la que gira entre nostalgia de las estrellas,
yo quería darte pequeñas rosas en botón,
no los nardos, ni estos cirios del vacío.

Dime niña...,
¿dónde quedaron tus cabellos? 
¿dónde arrojaron tus caricias?
hurgaré entre los recovecos de la niebla hasta hallar tu mirada.


©® Lucía de Luna









10 febrero, 2020

Colibrí Blanco & Espejo Navegante


COLIBRÍ BLANCO
(poesía visual)













ESPEJO NAVEGANTE







POEMARIO








©® Lucía de Luna, Colibrí Blanco & Espejo Navegante en Rima Cero, 2001.








18 febrero, 2019

Prodigio I



¡Qué sola estabas por dentro, cuando me asomé a tus labios...!
 Altolaguirre






Una inocencia jugaba con la mirada puesta en unos labios prohibidos. El deseo arañaba el viento para arrancar los picores de los virginales cuerpos, que desconocidos entre ellos, erraban solitarios el vacío.

Entre juegos y miradas, los labios fueron trazando sus propios rumbos de piel y el instante del encuentro desterró toda soledad con su harapienta desnudez de desierto.

El fraternal abrazo de anhelo vistió los cuerpos ahora fundidos en un sólo aliento.

Los labios serpentearon reconociéndose como fruta de piel madura destilando dulces temblores. Entre caricias, la piel se transmutó en Edén, el beso fue llave del paraíso que abrió, de par en par, las puertas del jardín bendito y la pasión convocó el canto de las musas, provocando al cielo que desprendió sus hojarascas de eternidad, escarchas del tiempo.

Y los labios, conjuro de la profunda divinidad de los amantes, son el sacro tacto que transforma piel, tierra y tiempo. Dulces venablos que entrelazan a cuerpos en destellos de universo, rememoran en cada contacto el primer beso, aquel con el cual, el amor etéreo trasmuta el pecado de olvido en encuentro divino, piel de un jardín edénico, donde el deseo entre miradas, cae a gotas, transformando todo el origen del alma y la palabra.


    L'l, 14 feb.19



03 febrero, 2019

Breves gestos de Luna




I
Escollo de luz,
dulce fénix del viento
hoja de cielo.

II
Hurto secreto,
deshilvanas la brisa,
tinta nocturna.

III
Tú, artesana,
y vihuela en llamas,
flor del poeta.
                                 L'l


28 enero, 2019

Autobiografía de un dulce Ángel del Demonio, Lucy Luciferina, orgullosa hija de Satanás



¿Porqué ponerme Angélica Lucía si no me iban a bautizar? y luego.., ¿para qué demonios enviarme a una escuela primaria de monjas? ¡Y con monjas mercedarias que más bien eran mercenarias! Obcecadas defensoras de la fe y más dueñas de la ley divina que Dios mismo, algo que defendían con una vehemencia que rayaba en la locura. Su orgullo era ser: Ordo Beatæ Mariæ Virginis de Redemptione Captivorum, entiéndase dicho latinazgo como: La Orden Real y Militar de Nuestra Señora de la Merced y la Redención de los Cautivos, pero en la realidad, eran una orden sin misericordia alguna.

Cuando me descubrieron sin bautizar todo el infierno se desató, automáticamente pasé de ese nombre tan puro y divino de Angélica Lucía al condenado Ángel del demonio, Lucy Luciferina, engendro del mal como mote póstumo y se me marginó castigándome por horas de rodillas y rezando el rosario a mitad del patio, para servir de ejemplo a las alumnas zombis que deambulaban, sin ton, ni son la escuela... ¡como si esos medievalismos me salvarán el alma...!

La verdadera piedad llegó al descubrir y honrar mi propia naturaleza, esa identidad que ellas acusaban con ferocidad llenas de terror. Sí, simplemente un día me asumí con orgullo, como un demonio, es decir, adoré mi propio daemonium interno que en griego significa genio y mi mente comenzó a crear dudas, cuestionamientos lógicos, argumentos irrefutables que aventarles a la cara con cada insulto tonto que me decían. Lo que las enfurecía aún más, y al no poder responderme nada, el castigo se volvió más severo, ya que terminaron por enviarme a oír misa, para aburrirme, 3 veces al día. Un tiempo que descubrí que podía usar para leer ciencia o cuentos, fingiendo que estaba atenta leyendo el libro del coro donde escondía mi libro de lectura.






La ciencia es algo que la religión detesta, claro, mis libros “científicos”, siendo solo una niña, eran de las muchas aventuras de Julio Verne o el de cazadores de microbios que me enseñaron a pensar con lógica y orden, algo de lo que toda religión carece y así, descubrí cómo fortalecer mi propio Lucifer, ese lux de luz y ferre de llevar, es decir, Lucifer es llevar la luz y por eso, la ciencia es totalmente luciferina porque lleva la luz del conocimiento para disipar la oscuridad del fanatismo, algo a lo que es alérgica la mojigatería. Luego descubrí que podía divertirme imaginando que el padre monigote pasaba más aventuras y estropicios en el altar por las reliquias que el pobre Quijote en toda la Mancha... pero ¿de qué otra forma se podría haber sobrevivido a aquellas sobredosis misísticas?

Sí, lo reconozco, realmente soy hija de Satanás, me asumo como una clara oposición a la ignorancia y su estupidez adjunta, y, no, no soy un engendro, lo único que es un engendro absurdo es el fanatismo y, bueno, si sobreviví esa primaria, sólo fue porque tuve la suerte de nacer en una época, que de quemarme viva, hubiera sido un infanticidio penado por ley y todas esas vampirescas monjas emperifolladas de rosarios habrían ido a parar a la cárcel, sólo por esto salvé mi lindo pellejito de un adorable Ángel del Demonio, Lucy Luciferina, orgullosa hija de Satanás.


(L'l, 24 enero 2019)




15 diciembre, 2018

Exilio del viento



Exilio del viento, o el transtierro del olvido.
Embarcó sin absolutamente nada para no cargar un fantasma pegado y aún así, no había manera de deshacerse de los recuerdos. Miraba, sólo miraba las olas por la ventana, mientras en la habitación, los niños jugaban entre camas improvisadas y bultos, pero ella, al ver el mar, pensaba que la orilla de esa otra tierra que creyó suya y la que le daría un sitio en el mundo, ahora era tan agria, como el recuerdo de su verdadera patria. Hacía frío y los recuerdos brotaban como la espuma entre el oleaje, algunos de ellos tan agrestes como sus propios desgarros. Entonces salió a la cubierta y se quedó parada en el barandal de la borda.

A lo lejos, la guerra tiene sabor de aire rancio. Huele a metal y arremete hasta con la memoria que queda en ruinas. Tratar de ordenar los recuerdos es una tarea inútil ante los escombros regados, sin ton ni son, porque la memoria ha quedado baleada y despedazada. Las evocaciones son trozos entre llamas, cada imagen que sobreviene en la consciencia es sólo un desecho de lo que fue una fiesta brava de balas. En las heridas siempre duelen más los muertos y ahora, que absurdo resulta huir de una guerra para quedar envuelta en otra y quizá, ese mismo barco navegaba rumbo a otra guerra más, a otro campo de concentración, aún peor, más salvaje. No, nunca hay nombres en el transtierro.

Uno de los niños al correr por la cubierta tropezó con las cuerdas de unos bultos que estaban amarrados en la proa y se quedó enredado. Los niños que corrían tras él y él mismo, comenzaron a reír a grandes carcajadas. Sin embargo; a ella, la imagen se le sobrevino en la memoria sin esperarla. Se vio a sí misma, pequeña en Irlanda. Recordó cómo su madre y ella se encerraron en la despensa mientras afuera se escuchaban gritos y disparos, entonces la madre indicándole silencio con el dedo en los labios, le amordazó la boca con una servilleta de la alacena y quitando las cuerdas de algunos sacos, la amarró de pies y manos. Luego, su propia madre se amordazó a sí misma, se amarró los pies y se enredó la cuerda en las manos con un nudo corredizo, justo antes de escuchar gritos y disparos tras la puerta. Su madre comenzó a frotar la cuerda con cuidado, como si quisiera romper el nudo de las manos contra el filo de un fusil que sobresalía entre los bultos de harina, cuando un soldado abrió de golpe la puerta y las vio al tiempo que gritó: ¡Captain here, there are two women hostage!

 El soldado mientras desataba a la niña comenzó a tararear una canción y sonreía, como si quisiera consolarla. Sacó de su bolsillo un dulce y se lo dio. Cuando salieron, la madre volteó la cara de la pequeña apretándola a su costado para que no viera el horror en la cocina. Pero la pequeña lo vio todo, vio a su padre tirado entre un charco de sangre y ambas salieron caminando, sin decir nada, mientras los soldados sacaban las armas de la alacena.

Un golpe de oleaje le hizo sentir que era el golpe de una detonación. Recordó a su madre, tirada con un disparo en la cabeza en la cocina de su casa en Teruel porque lo que sirvió en Irlanda no funcionó en España. Los sublevados sabían muy bien que ocultaban armas entre los bultos de harina y a ella, tras usarla y darla por muerta la dejaron sin sentido junto a su madre. Al regresar en sí, vio a su madre, cerró sus ojos y escapó como pudo de ahí, a escondidas logró cruzar la línea de fuego hasta que encontró a unas milicianas que la auxiliaron. Ella no dijo nada. Ellas no preguntaron nada, sólo la ayudaron y por ellas, ahora viajaba a lo desconocido cuidando niños huérfanos. ¡No pasarán!, decía aquel letrero que ahora quedaba tan lejano como la orilla. Todo era tan confuso que parecía no tener ni derecho ni revés. Era imposible hilar una historia coherente por eso, ella escondía su pañuelo rojo ante la incertidumbre.
En el barco sonó un silbato anunciando la comida. El sonido fue un golpe seco que la sacó de sus pensamientos. Descubrió que el viento no soplaba a favor y en la cubierta, las puertas se abrieron casi al unísono, la gente comenzó a salir y caminar hacía las escaleras que llevaban al comedor y ella, simplemente las siguió, caminaba con todos, exactamente igual que como caminó arrastrando los pies cuando se dirigía a un nuevo transtierro  en Francia y ahora navegaba hacia un exilio en lo desconocido.


Código de registro: 1812169348010
Fecha de registro: 16-dic-2018 5:40 UTC