15 diciembre, 2018

El transtierro del olvido, exilio del viento



El transtierro del olvido, exilio del viento

Embarcó sin absolutamente nada para no cargar un fantasma pegado y aún así, no había manera de deshacerse de los recuerdos. Miraba, sólo miraba las olas por la ventana, mientras en la habitación, los niños jugaban entre camas improvisadas y bultos, pero ella, al ver el mar, pensaba que la orilla de esa otra tierra que creyó suya y la que le daría un sitio en el mundo, ahora era tan agria, como el recuerdo de su verdadera patria. Hacía frío y los recuerdos brotaban como la espuma entre el oleaje, algunos de ellos tan agrestes como sus propios desgarros. Entonces salió a la cubierta y se quedó parada en el barandal de la borda.

A lo lejos, la guerra tiene sabor de aire rancio. Huele a metal y arremete hasta con la memoria que queda en ruinas. Tratar de ordenar los recuerdos es una tarea inútil ante los escombros regados, sin ton ni son, porque la memoria ha quedado baleada y despedazada. Las evocaciones son trozos entre llamas, cada imagen que sobreviene en la consciencia es sólo un desecho de lo que fue una fiesta brava de balas. En las heridas siempre duelen más los muertos y ahora, que absurdo resulta huir de una guerra para quedar envuelta en otra y quizá, ese mismo barco navegaba rumbo a otra guerra más, a otro campo de concentración, aún peor, más salvaje. No, nunca hay nombres en el transtierro.

Uno de los niños al correr por la cubierta tropezó con las cuerdas de unos bultos que estaban amarrados en la proa y se quedó enredado. Los niños que corrían tras él y él mismo, comenzaron a reír a grandes carcajadas. Sin embargo; a ella, la imagen se le sobrevino en la memoria sin esperarla. Se vio a sí misma, pequeña en Irlanda. Recordó cómo su madre y ella se encerraron en la despensa mientras afuera se escuchaban gritos y disparos, entonces la madre indicándole silencio con el dedo en los labios, le amordazó la boca con una servilleta de la alacena y quitando las cuerdas de algunos sacos, la amarró de pies y manos. Luego, su propia madre se amordazó a sí misma, se amarró los pies y se enredó la cuerda en las manos con un nudo corredizo, justo antes de escuchar gritos y disparos tras la puerta. Su madre comenzó a frotar la cuerda con cuidado, como si quisiera romper el nudo de las manos contra el filo de un fusil que sobresalía entre los bultos de harina, cuando un soldado abrió de golpe la puerta y las vio al tiempo que gritó: ¡Captain here, there are two women hostage!

 El soldado mientras desataba a la niña comenzó a tararear una canción y sonreía, como si quisiera consolarla. Sacó de su bolsillo un dulce y se lo dio. Cuando salieron, la madre volteó la cara de la pequeña apretándola a su costado para que no viera el horror en la cocina. Pero la pequeña lo vio todo, vio a su padre tirado entre un charco de sangre y ambas salieron caminando, sin decir nada, mientras los soldados sacaban las armas de la alacena.

Un golpe de oleaje le hizo sentir que era el golpe de una detonación. Recordó a su madre, tirada con un disparo en la cabeza en la cocina de su casa en Teruel porque lo que sirvió en Irlanda no funcionó en España. Los sublevados sabían muy bien que ocultaban armas entre los bultos de harina y a ella, tras usarla y darla por muerta la dejaron sin sentido junto a su madre. Al regresar en sí, vio a su madre, cerró sus ojos y escapó como pudo de ahí, a escondidas logró cruzar la línea de fuego hasta que encontró a unas milicianas que la auxiliaron. Ella no dijo nada. Ellas no preguntaron nada, sólo la ayudaron y por ellas, ahora viajaba a lo desconocido cuidando niños huérfanos. ¡No pasarán!, decía aquel letrero que ahora quedaba tan lejano como la orilla. Todo era tan confuso que parecía no tener ni derecho ni revés. Era imposible hilar una historia coherente por eso, ella escondía su pañuelo rojo ante la incertidumbre.
En el barco sonó un silbato anunciando la comida. El sonido fue un golpe seco que la sacó de sus pensamientos. Descubrió que el viento no soplaba a favor y en la cubierta, las puertas se abrieron casi al unísono, la gente comenzó a salir y caminar hacía las escaleras que llevaban al comedor y ella, simplemente las siguió, caminaba con todos, exactamente igual que como caminó arrastrando los pies cuando se dirigía a un nuevo transtierro  en Francia y ahora navegaba hacia un exilio en lo desconocido.


Código de registro: 1812169348010
Fecha de registro: 16-dic-2018 5:40 UTC