Desde mi ventana veo un pequeño trozo del bosque de Tlalpan. El día de hoy amaneció como amanecen mis suspiros, envueltos de neblina donde los recuerdos de la infancia, casi lejana, inaccesible, más que en la memoria, toman piel y cuerpo de agua que canta y ensancha sus cauces.
Hoy he recordado al despertar la casa de mi abuela en Salvatierra, con sus cántaros de barro y llena de
flores y frutos. Recordé cuando de niña, casi de 3 años
porque los 4 los cumplí en la capital, me recordé andar deambulando la huerta de
mi abuela, llena de frutas y dándole una muy buena mordida a un jitomate en su
propia mata. He recordado el sabor y la textura de ese jitomate vivo, casi como
si latiera desde su rama y me regalara el sabor dulce y su corazón hecho de
agua y semilla, al morderlo cuando aún respira es como si uno devorará
un postre con sabor a azúcar viva. Igual pasaba con las guayabas y los mangos. He
recordado a mi abuela preguntando si alguna cabrita traviesa le había dado
mordiscos a su fruta y me he visto en la memoria negando con la cabeza y muy seguramente
con la boca embarrada de todos los delitos de fruta y dulce en la cara.
He recordado a mi abuela en su cocina llena de cántaros de
agua y ollas de cobre, me he visto sentada en la mesa, mirándola ir de un lado
a otro, cocinando en una pequeña estufa de petróleo con dos fogones y con un fogón
que estaba diseñado como las cocinas novohispanas para leña o carbón y la he
visto preparando quesos de canasto, redonditos y muy blancos.
Por alguna extraña razón, que nunca comprendí, ella se
negaba rotundamente a que se le pusieran los servicios de luz y agua, así que
el agua que usábamos provenía de un pozo y en las noches nos alumbrábamos con
luz de quinqué. En ese momento la noche se hacía dueña del espacio con una
oscuridad que deba la sensación de poder agarrarla con los puños. El sonido de
los grillos y los insectos nocturnos invadían todo lo que la noche no lograba
penetrar. Arriba, el cielo parecía caerse de estrellas y, la luna vaya que era
hermoso ver deambular la luna atravesando la vía láctea. Ahí descubrí que la
luna es muy desobediente, simplemente hace lo que quiere y pasea por la noche por donde
desea, nunca es por el mismo lado, siempre busca vías alternas, como si fuera
un pájaro libre vestido de hojuelas de luz que traza su propio camino y
destino.
Mi abuela fue una extraordinaria cuentista, en la noche nos
contaba historias realmente fantásticas y años después descubrí que entre ellas
nos contaba hagiografías y que los héroes no eran guerreros míticos sino
santos, hoy he recordado que me gustaban las historias que tenían que ver con
el Arcángel Miguel, me fascinaba que me lo describiera, sentía que era un
caballero armado con espada que salía a enfrentar enemigos y la luchar como un
gran gladiador, era emocionante y lo que más me gustaba era que me narrara la
lucha, cómo él agitando su espada derrotaba dragones (que era lo que me parecían
los demonios que me describía mi abuela en sus historias y en verdad que era muy
emocionante).
Hoy incluso he recordado los conejos y a un perrito, que se
llamaba bola porque su cola estaba enrollada como un caracol. Y he recordado un
columpio peligrosamente puesto junto a una nopalera, de chamaca pensé que si me
hacía con mucha fuerza podría alcanzar trozos de cielo, pero no, sólo había
espinas cerca que me arañaban las piernas, como años después la realidad me
araño los sueños.
Cualquiera pudiera pensar que mi situación en esos años era
precaria, sin embargo; yo nunca he vuelto a vivir ni sentir tanto amor y
felicidad en mi vida como en esa época.
Y aunque la neblina se desvanezca, para volver de cuándo en
cuándo, ahora sé que la niebla es sólo la marea de un océano lejano y aún cuando le dé por
deambular en mi ventana, sé que me visita sólo para recordarme que hubo una
época en que corría tras conejos y las nubes eran parte del juego que narraba
sus propias historias en el viento.
la infancia que tuviste tú, la que tuve yo, fue una bendición, algo fuera del alcance de muchos niños actualmente...
ResponderEliminarPero tienen sus propias bendiciones, y sus fantasías aunque nos ean como las nuestras créeme la magia está ahí..
ResponderEliminarRecuerdos idealizados, donde la infancia asume las sensaciones, que nos darán un referente durante todo nuestro trayecto vital.
ResponderEliminarLa abuela, cómo faro que nos guía e inculca lo prioritario, a donde siempre recurriremos, para saber encontrar nuestros caminos.
Una preciosidad de texto.
Un abrazo.
Gracias Alfred por tus bellas palabras. Un abrazo con mi cariño y amistad.
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