16 septiembre, 2011

Limbo



                                                          A Octavio Paz

La plaza sola (gris el aire, 
negros los árboles, la tierra 
manchada por la nieve), 
parecía, no realidad, mas copia 
triste sin realidad. Entonces, 
ante el umbral, dijiste: 
viviendo aquí serías 
fantasma de ti mismo. 

Inhóspita en su adorno 
parsimonioso, porcelanas, bronces, 
muebles chinos, la casa 
oscura toda era, 
pálidas sus ventanas sobre el río, 
y el color se escondía 
en un retablo español, en un lienzo 
francés, su brío amedrentado. 

Entre aquellos despojos, 
proyecto, el dueño estaba 
sentado junto a su retrato 
por artista a la moda en años idos, 
imagen fatua y fácil 
del dilettante, divertido entonces 
comprando lo que una fe creara 
en otro tiempo y otra tierra. 

Allí con sus iguales, 
damas imperativas bajo sus afeites, 
caballeros seguros de sí mismos, 
rito social cumplía, 
y entre el diálogo moroso, 
tú oyendo alguien me dijo: "Me ofrecieron 
la primera edición de un poeta raro, 
y la he comprado", tu emoción callaste. 

Así, pensabas, el poeta 
vive para esto, para esto 
noches y días amargos, sin ayuda 
de nadie, en la contienda 
adonde, como el fénix, muere y nace, 
para que años después, siglos 
después, obtenga al fin el displicente 
favor de un grande en este mundo. 

Su vida ya puede excusarse, 
porque ha muerto del todo; 
su trabajo ahora cuenta, 
domesticado para el mundo de ellos, 
como otro objeto vano, 
otro ornamento inútil; 
y tú cobarde, mudo 
te despediste ahí, como el que asiente, 
más allá de la muerte, a la injusticia. 

Mejor la destrucción, el fuego.

Luis Cernuda




No hay comentarios:

Publicar un comentario