Desde el no mundo la llama gira y devora una letraherida,
tinta que habita el vacío y deambula su evanescente cristal de lejanía.
Noventa y nueve, el ciclo ha cerrado su tiempo y la saeta
lanzada abre brecha ante un universo que vocifera sus propios silencios.
Mirar estrellas es decantar la orfebrería de la luz de la
mirada divina; ningún latido guarda ya sentido y, sus cada vez más lentas
exhalaciones son huellas de la impermanencia de un eterno insomnio.
Los síntomas del fuego emanan sus azufres, son gritos azules y violáceos que emergen en armonía del ocaso.
La injuria fue un sueño, su penitencia la estrepitosa caída de Ícaro enfrentando su frágil humanidad.
La injuria fue un sueño, su penitencia la estrepitosa caída de Ícaro enfrentando su frágil humanidad.
Estos laberintos sólo son las ruinas que el Minotauro deja
tras sus deambulaciones.
En este mundo no hay albatros que confronte al mar y sus olajes
de encaje porque todos los océanos se inundaron de olvido y ya sólo germina el
silencio.
Una flor de cristal brilla en lejanía y llena todo cielo quemando
el espíritu. Este es el punto de quiebre, la fisura de la niebla. Aquí yace el
instante despeñado y todo recuento es rumbo a la última exhalación de un aire
fracturado, así cae el mito que devoran las frías llamas del Hades.
Noventa y nueve, epitafio y vestigio del tiempo que jamás
debió ser danzado, la letraherida hurto una palabra y por ello se encamina a
su destierro. Lo que nos duele del naufragio no es el hundimiento sino que el sueño nunca alcanzó la otra orilla.
Noventa y nueve, las puertas quedaron cerradas...
L'l
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