30 diciembre, 2013

Cazador de Vuelos IV



Al final, Nada. Ni yo, tú, nada. Sólo la llama, escrutando. 



Ensoñación de neblinas donde los giros del viento son desprendimiento de las plumas. El cazador de vuelos, al sentir el desmayo abre sus fauces y raudo el vuelo escapa, a pesar de la ceguera, el alma se eleva en el viento y gira el destino, buscando en el cielo profundo, la ruta de la huida y a pesar del dolor y los quiebres, el vuelo torpe alcanza una rama alta donde aliviar las heridas.

El mar celeste gira en llovizna y el atardecer es un abrazo para guarecer el llanto. La lluvia lava las heridas, entre torpes saltos con la luz de la tarde, entre la lluvia un tronco revela un hueco como única esperanza de vida. Alcanzarlo duele y la lluvia arrasa sus bombardeos de gotas. Aguardar entre ramas y espinas a que las alas resistan el viento, y entre la lluvia, la noche envuelve el vacío y el torso se vuelve rígido, los truenos destrozan como gritos vociferantes los susurros del bosque. Entre relámpagos la neblina se vuelve ensoñación y el viento gira como los olvidos, es silencio que cae entre los quiebres de los latidos.

¿habrá amanecer? ¿o ese sol que desgarro el vacío en violetas y naranjas será el último que guió los vuelos? Y la lluvia cae, sólo cae, y un instante se revela, en el final no hay nada, ni vuelo, ni latido, ni yo, ni tú, nada, absolutamente nada, sólo la llama, escrutando vuelos en los desprendimientos del alma.






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