19 diciembre, 2014

Violeta II

- La mujer es la que más ama a la naturaleza y al hombre ¿no es cierto maestra?

¿Te lo pregunta a ti? Ahora que caes en un precipicio hecho trinchera.
¿Te lo pregunta a ti? Que estás disfrazada, en busca de la crisálida donde tejer todos tus naufragios.

No contestas, sólo miras la sierra selva que te parece virgen pero al igual que tú, se sabe mutilada por una plaga metálica que la invade como cáncer y le desangra las entrañas. Toda su alma expira en la superficie, al desnudarla sólo producen desiertos yermos sin oportunidad a nada, vestida de cementerio la cuadriculan y etiquetan como hectáreas fértiles para regalarla y arrancar votos a los que observan más allá del cristal.

Has venido hasta aquí respirando en pasos de diminuta inmensidad, las brechas que se pierden entre tus pies. La cascada, el río, sólo son parte del suelo y augurio de tu destino.

Aquí las casas duermen en tierra seca, son habitaciones de viento preparadas para que nada llegue a dormitar. Neblina es la única anciana viva que camina por el pueblo. ¿Será el 1492 o el 1525? Después de meditarlo un poco crees estar por ahí del 1800, la pista te la da un letrero oxidado en la tienda de carrizo que dice: “Toma Coca-cola” y lo anuncia una güerita de los cincuenta.

La única plática posible es con el viento que camina detrás tuyo y te empuja apresurando el paso a ningún lado. A lo lejos, una mujer carga un tajo de leña dos veces más grande que su espalda, sus pasos la delatan como olvidada de todos y hasta de sí misma. Se para frente a una casa, arroja el bulto y de sus espaldas borbotean dos alas enormes que se agitan intentando arrancarla de su envoltura de polvo y abandono, ella las reprende.



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