15 junio, 2012

Reflejo XVI

Ma Antoinette caireles


Albatros sideral remonta centellas reflejo de las mareas del vacío. 

Aleteos que trazan sus escrituras de viento, entre hojuelas de luna desquebrajada, cuya luz sólo se reconstruye, con la lenta mirada solar, único poeta, quien escribe con silencios de fuego que destierran oscuridades.




©Lucía de Luna             

7 comentarios:

  1. Una emoción incapaz de competir con nada. Me gustó encontrar este tipo de mirada de estremecimientos sagrados, pero sin un dios. Gracias lucía.

    Un devoto admirador de tus poemas.

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  2. Pocas palabras valen para mucho sentimiento

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  3. Nombras el cielo, niña.
    Y las nubes pelean con el viento
    y el espacio se vuelve
    un transparente campo de batalla.

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    Respuestas
    1. Olvidé la atribución: O. Paz (como ya sabes, pero para quien no). Su poesía, como la tuya, más que explicarla, se siente.

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    2. Tendría menos de 13 años cuando leí este poema sin saber que era de Paz, porque era un libro forrado para intercambio de lectura en la escuela, después de haber leído el poema aún recuerdo que me pregunté ¿pero quién ha escrito esto tan bello? Y al revisar las primeras hojas descubrí que era Octavio Paz. A pesar del tiempo, este poema se mantienen dentro de mis favoritos como el Soneto V de Garcilaso, y el Polifemo de Góngora.
      Y aprovecho Arrop para agradecerte cada una de las frases tan bellas que tienes a bien dejarme en este espacio.

      Gracias amigo, muchas gracias. ;)

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    3. Nombras el árbol, niña.
      Y el árbol crece, lento y pleno,
      anegando los aires,
      verde deslumbramiento,
      hasta volvernos verde la mirada.

      Nombras el cielo, niña.
      Y el cielo azul, la nube blanca,
      la luz de la mañana,
      se meten en el pecho
      hasta volverlo cielo y transparencia.

      Nombras el agua, niña.
      Y el agua brota, no sé dónde,
      baña la tierra negra,
      reverdece la flor, brilla en las hojas
      y en húmedos vapores nos convierte.

      No dices nada, niña.
      Y nace del silencio
      la vida en una ola
      de música amarilla;
      su dorada marea
      nos alza a plenitudes,
      nos vuelve a ser nosotros, extraviados.

      ¡Niña que me levanta y resucita!
      ¡Ola sin fin, sin límites, eterna!

      Octavio Paz, "Niña" México:FCE,1988. pp.36-37.

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  4. Cara día recompone los cristales, que reflejaran su luz por la noche, pero ella los destruye al amanecer, para tenerlo a su lado, haciendo cristales.

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