Deshierbadas las alas ya del
paraíso y,
con la sangre hecha trozos de aire,
la voz no refleja eco alguno.
Tras la muralla de este silencio
no hay latidos en los abismos,
sólo quedó un
instante despeñado,
que nos encierra la humedad y el deseo;
las caricias fueron
epidermis del alma.
©Lucía de Luna
Sin voz, sin caricias, sin latidos, sin sangre, sólo el deseo.
ResponderEliminarMuy bello. Muy triste. Muy melancólico.
ResponderEliminarUn abrazo